jueves, 29 de marzo de 2012

Simple


Muchas veces pienso que las manos se me van a oxidar, de no usarlas para dar amor. Oigo mentalmente cada falange de cada dedo, desde el índice, al pulgar , pasando por el meñique y terminando de nuevo en el anular.
Unas manos frías y secas que se pintan de color cetrino enmarcado por uñas que cambian de tonalidad variada.
Estas manos ya no dan amor.
A ningún cuerpo, a ningún cuello, a ningunos labios, a ningún corazón, a ningún rostro y a ninguna razón.
Estas manos nunca conocieron un dueño, por eso siempre están frías.
Estas manos que no aguantan el roce de otras manos sin sentirse tardías, estúpidas, infames, inservibles…
Vacías.
Estas manos que cosen, que cocinan, que friegan, que sustentan, que arañan.
Estas manos que no saben arrullar, acariciar, o simplemente memorizar cada muesca de piel de cada lugar.
Estas manos que nunca han matado, pero que se manchan de sangre demasiadas veces al año.
Estas manos que cambian cada día de compañía, que han sostenido firmemente un moño, que se han adherido a las paredes de un baño, que han ocultado sollozos y hecho desaparecer lágrimas.
Estas manos, estas manos alargadas, quebradizas, llenas de líneas y arrugas que conllevan cien significados e historias.
Estas manos que ya no se amoldan a nada ni nadie, que no se reconocen la una con la otra, que se crispan cuando son mordidas por culpa del dolor y el sufrimiento.
Estas manos ya no dan amor.
Estas manos…estas manos ya no saben dar amor.
Porque están enterradas bajo una tierra de ideales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario