martes, 7 de febrero de 2012

La raison d'être


Era una noche de febrero, de esas en las que hace un frío intenso que traspasa todo tu cuerpo pero no enfría el incendio de tu alma.
Seguía caminando tranquila, la batería de su i-pod la había abandonado hacía horas así que caminaba por allí sin música de fondo.
Tan solo con sus pensamientos formando palabras, ideando párrafos, enlazando suposiciones e historias.
No había viandantes, se sentía como si la calle fuera suya, como si la ciudad fuera suya, como si realmente pudiera tenerlo todo.
Mientras caminaba mirando las peculiares baldosas de esa calle, flanqueada a ambos lados por arboles, farolas y bancos; se fijó que hacían una peculiar forma de rombo de la cual partían más baldosas pequeñas romboidales a su vez.
Recordó que de pequeña le encantaba corretear en zig-zag por ellas, un ir y venir alocado entre risas y merceditas negras.
Ahora, para su sorpresa, iba en una perfecta formación recta, observó al frente.
Pensándolo bien, todo acompañaba a su caminar de rectitud, cada ínfimo detalle le hizo reparar en un dato.
Ahí estaba, delante de sus narices, la señal que llevaba esperando por tanto tiempo.
La fuente dejaba una ligera neblina de pequeñas gotas estáticas y efímeras; coloreadas por las luces de los establecimientos y los semáforos, que se escurrían por el suelo pulido como los colores desleídos en un cuadro de  nenúfares de Monet.
Ir hacia delante, de forma recta, si dar rodeos que retrasasen todo…
Supo que ese era su momento, su señal.
Cerró los ojos aspirando esa soberana paz y dibujó una ligera sonrisa.
No hizo falta nada más, supo que algo había cambiado, que él ya no estaba ahí de la misma forma.
Y esas ideas suaves que llevaba pensando desde hacía poco tiempo fueron tan claras y serenas que ni se inmutó.
Y lo supo de mil formas, supo que quería flores de cerezo, que  quería ir a Berlin, cultivar flores, cocinar, escribir poemas, confesar sentimientos, mostrar las variedades de Portobello hablando con los mercaderes, reir , soñar, vivir, dibujar, conseguir publicar sus novelas, encender la chimenea los fríos días de navidad, alguien que la deseara con todas sus imperfecciones,corretear por la playa, fotografiar atardeceres, dormir en el lado izquierdo de la cama, casarse con un vestido de novia blanco, un semi-recogido con una orquídea delicada que adornase su pelo dorado y previamente rizado, llorar, dar la mano con firmeza, mirar y tener al lado un apoyo para esos días de hospitales, despertar con una suave llamada y por supuesto…
Quería tener a Ariadna.
Y supo que todas y cada unas de esas cosas las tendría, pero no con él, sino con otro.
Y entonces fue cuando finalmente pudo atreverse a decir un tímido adiós a Adrien.
Y se sintió libre y tan en paz que le resultó hasta irónico.

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