martes, 31 de marzo de 2009

Bellum

Resuenan los clamores de las espadas batiéndose en duelo. En ocasiones elegantes choques de metales, en otras golpes secos y contundentes de mazas contra escudos.
La sangre obscura baña la verde hierba chispeando a la luz de esa luna.
Esto es una batalla, la guerra. La sutil y elocuente belleza bélica.
Pero la niña que lo observaba todo desde el suelo no parecía comprenderlo.
Que criatura tan débil y frágil. Se arrodilló ante la llorosa niña que restregaba sus pequeñas manos contra sus ojos para apartar las perladas lágrimas que surcaban su rostro.
Sin embargo no pudo llegar a tocarla puesto que tras mirar de soslayo vio venir el ataque del enemigo. Se apartó hacia la izquierda al tiempo que se incorporaba, desenvainando su espada con bravura y parando la estocada del enemigo. Los ojos brillaron enfebrecidos mientras notaba como la adrenalina ascendía por su espina dorsal. La muerte, segar vidas. Un acto simple y certero. Como el día y la noche.
Rasgó con su espada parcialmente la muñeca de su adversario, pero la valentía caracterizaba al guerrero y empuñó su espada con más brío y fuerza.
Empujándolo, tomándole terreno. Que insensato si creía que el arrojo le salvaría de el destino que le esperaba. Se acuclilló y forzó al otro a golpe de hierro a retroceder.
El guerrero que era demasiado fornido para su escaso tamaño se acercó. Rostro contra rostro tras un duelo de forjadas espadas. La pintura azul del guerrero, que pretendía arremeter contra él, le dejó claro el linaje y la tribu a la cual procedía.
Tenía ante él al líder de los Caledonios, el mismísimo Calgaich.
Sintió su aliento enfurecido contra el suyo y tras apartar el cortante filo delante de sus ojos, el yerno de Tácito notó como la sangre caliente y húmeda fluía por su rostro en un continuo torrente. Ese infeliz bárbaro se había atrevido a herirlo.
-Exsecratio barbarus – susurró en su lenguaje.
Elevó su arma por encima de su cabeza y realizó un tajo vertical ante el dirigente, pero este se protegió con su perchetrado escudo, que si bien no era demasiado elaborado para el gusto latino era duro y resistente para los gaélicos y sus adversarios.
Poco le importo al General romano aquella reflexión, el honor era ganar aquella batalla para el Imperio.
“Si vis pacis ad parabellum” se recordó así mismo la frase que resumía el ámbito general de la guerra en Roma, es decir, si quieres la paz haz la guerra.
Y para ello debía ser implacable y no dar más de sí en aquel enfrentamiento.
Apuro cada estocada, realizo perfectos tajos diagonales hasta que desbancó la defensa del enemigo.
El escudo de Galaich cayó a un escaso metro del suelo. Pero para su desgracia era irreversible el que lo recogiese y se salvase. El general giró sobre si mismo y realizó un corte horizontal en el abdomen del líder Calendonio para acto seguido hundir a fondo su espada en el corazón del bárbaro. La sensación producida por ese acto y el momento en el cual veía agonizar a Galaich siempre se quedaría grabada a fuego en su mente. Desprendido su arma del cadáver del que alguna vez fue un bravo guerrero sediento de poder y sangre. Fue como cuando uno sacaba el cuchillo en un asado poco hecho y la carne y huesos se enganchaban en los filos aserrados y la carne. Inquietante y sublime a la vez.
Había ganado la batalla. El éxito, el honor, la larga vida del Imperio. Gracias a Júpiter, sonrió maravillado hasta reparar en la niña que antes había llamado su atención. Se dió cuenta que estaba arrodillada junto a otro cadáver femenino, la reconoció. Era la esposa de Galaich , es más , atisbó que la niña decía en gaélico madre.
Durante un instante se quedó petrificado al ver que esa criatura era ahora huérfana por su culpa, fué solo un segundo puesto que la vacilación y la compasión no existen para un soldado.
Se acercó con lentitud hacia la pequeña de pelo rojizo y ojos claros cual cristalina agua. Tal vez rondase los ocho años de edad. Tan joven y sin vida por delante. Si, su corazón se estremeció ante lo que debía hacer. Enarboló su espada frente a la pequeña, la luna arrancó brillos rojizo obscuros de el metal y la sangre del progenitor.
-Paepercula puella...-sentenció compadeciéndose de la niña.
-Nae…-susurró ella vislumbrando lo que pensaba hacer el general- Nae, ¡Nae!-chilló no en su lenguaje mientras intentaba escapar, el grito que profirió al ser asesinada hubiese desgarrado cualquier corazón.
El yerno de Tácito intentó acallar a su conciencia, se acongojó de pensar en que algún día algo similar les pasara a su esposa e hijos.
Tan solo la luna sabe que el general lloró amargamente por su cometido como soldado. Puesto que el resto del ejército seguía luchando y masacrando con furia ajenos a todo.


(Espero que te guste Alex,a mi manera es lo único que he sabido escribir con el fin de dedicartelo)

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